Girasol o cómo reencontrar el centro


Nothing divine dies. All good is eternally reproductive.
The beauty of nature reforms itself in the mind,
and not for barren contemplation, but for new creation.

R.W. Emerson


    Todo laberinto implica una iniciación. Una repetición de pasos que andamos y desandamos, como la oración de un sacerdote o de un chamán que se repite. El espacio del laberinto, como el del templo, necesita del gesto que se repite y que se repite y que se repite; sin el gesto y su multiplicidad idéntica, solo resta la nulidad del espacio. El laberinto es la muerte, la superación de la prueba para el neófito y su reencarnación como iniciado: Teseo mata al minotauro y renace del laberinto aferrado al cordón de Ariadna.

    Girasol, de Francisco Vázquez Murillo, es una instalación estacional que conforma un laberinto circular hecho de girasoles. Lo es en un sentido iniciático, pero está planteado como un sendero, como un recorrido que nos invita a repensar la potencia de nuestros gestos ⎯en un sentido ecológico pero también metafísico.

    Borges, que tenía una afición casi patológica por los laberintos, decía que si el universo (el laberinto total) tuviera un centro, aunque allí nos esperase Asterión y la muerte, la sola certeza de su existencia nos resultaría grata. Esto es lo que nos entrega Girasol: la dulce idea de recuperar un secreto que pueda devolvernos la unidad con las cosas y que, en consecuencia, sea capaz de modificar los gestos con los que nos relacionamos; con los otros y con la Tierra. Recuperar “la especificidad de pensar en términos de gestos” (Bardet, M. 2019. Hacer mundos con gestos. Editorial Cactus). O mejor aún, que aquella manera de transitar la vida, de hacer las cosas armónicamente ⎯tal cual se nos impone el recorrido de la obra ⎯  suceda de manera inmediata, sin mediación del pensamiento.


Por otra parte, la decisión de cultivar un espiral no es arbitraria. En primera instancia, ubica la obra en una posición de crítica respecto de las formas de producción agroalimentarias actuales. En todo el mundo, y especialmente en la Argentina, el acto de cultivar, con todos sus saberes, ha sido reemplazado por la agricultura intensiva. Lo que era una forma de estar y de relacionarse en el mundo ha sido intercambiada por una práctica extractivista y tóxica. Operación que no solo se ha dado con el oficio del cultivo sino en casi todas las prácticas artesanales previas al desarrollo desmesurado de la técnica. Aquí, en cambio, el cultivo está despojado de cierto cientificismo y se manifiesta como reivindicación de gestos antiguos y futuros.

    En otro nivel, el cultivo inscribe la obra dentro de una tradición escultórica. Para finales de los años 70, Rosalind Krauss ⎯ teorizando el trabajo de artistas como Alice Aycock, Mary Miss, Michael Heizer, Robert Smithson, Walter de María…⎯ acuñaba el término expanded field. Luego de transgredir los límites que la escultura moderna había establecido ⎯con Brâncusi como su máximo exponente⎯, la escultura posmoderna se abría camino: a la relación not-landscape/ not-architecture se agregaba su contraparte positiva landscape/ architecture y las demás relaciones que de estos dos nuevos polos derivan (not-landscape/ landscape, not-architecture/ architecture), expandiendo el campo escultórico. De allí su nombre. Asimismo, la escultura ya no dialogaba solo respecto a sí misma, es decir al medio, sino dentro de lógicas culturales mucho más amplias. En palabras de Krauss: “[La práctica escultórica posmoderna] no se define en relación con un medio determinado sino en relación con las operaciones lógicas sobre un conjunto de términos culturales, para los que se puede utilizar cualquier medio -fotografía, libros, líneas en las paredes, espejos o la propia escultura". A esa lista de elementos que operan se puede agregar lo que sea, siempre y cuando funcionen simbólicamente: los girasoles, por ejemplo.

    Así, Girasol explora los límites de la escultura posmoderna ubicándose entre los polos landscape/ not-landscape. La presencia orgánica del girasol, el campo, la exigencia del recorrido, la presencia de los gestos… Cada uno de los elementos que devienen del acto originario de la obra (el cultivo) la inscriben dentro de esta tradición escultórica, específicamente en lo que se ha dado en llamar land-art, pero desde una perspectiva renovada/actual/contemporánea, en relación con la crisis climática: tras medio siglo de sucesivo desastres ecológicos,  Girasol exige una reconsideración sobre las relaciones y los gestos escultóricos cuyo espacio es la tierra. ¿Cómo hacer land-art en un mundo en crisis? ¿Cómo llevar a la escultura a una relación consciente con el medio?"

En un tercer nivel, el cultivo apela al aspecto cíclico de la naturaleza. En Girasol se gira en torno a las flores, que giran con su rostro al Sol y cuyo aspecto muta a lo largo de las estaciones. El visitante se mueve como un astro, y observa el verso y el anverso de las flores dibujando una espiral sobre la tierra. El tránsito del cuerpo se transforma en un baile que emula y reproduce los modos de la Naturaleza. De forma imprevista, quien ingresa en este camino disfrazado de laberinto, se encuentra haciendo un tributo al sol y un tributo a la vida, a su infinidad y unidad, a esa inmensidad contrastada con la finitud de nuestro cuerpo. Como cantaba Salvatore Quasimodo:


Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol
y es súbitamente la tarde.


    Todas estas operaciones confluyen en la obra para dotarla de un valor político, un valor escultórico y un valor metafísico. Los dos primeros, dentro de la coyuntura argentina y mundial, se acoplan a discursos urgentes de este siglo que debemos oír y de los que debemos hacernos eco. En su valor metafísico, sin embargo, pienso que está el meollo de Girasol. Porque se puede decir de él lo que el traductor Alberto Silva dice de los haikus: “Procuran atisbar la unidad del poeta con su entorno, sin teoría ni opinión” (Silva, A. 2010. El libro del haiku. Bajo La Luna Poesía).